domingo, 5 de junio de 2016

Desaprendiendo ideas sobre el aprender



Siempre me inquietó saber cómo uno aprende. A lo largo de mi formación profesional he ido recuperando esa pregunta en diferentes momentos, a propósito de diferentes situaciones. He estudiado teorías del aprendizaje como alumna, he profundizado en los aportes del campo de la psicología, lo he pensado desde la evaluación, actualmente me inquieta desde la formación docente y desde mi propia práctica.
Les enseño a mis alumnos que la idea de aprendizaje subyace en cada práctica de enseñanza, que debemos tener claro cómo aprenden nuestros alumnos para diseñar propuestas pertinentes de enseñanza. De hecho estoy convencida de que tener algunas hipótesis (por momentos más claras que en otros) acerca de cómo aprenden los alumnos, de algún modo, organiza las propuestas de enseñanza.
Hoy, sin embargo, debo confesar que no me resulta tan sencillo de responder cómo aprendemos, las teorías que estudié “no me cierran” y  ya no me ayudan a encontrar los caminos para organizar mis propuestas de enseñanza.
Cuando pienso en mis propios procesos de aprendizaje rara vez se me representan como algo lineal, pensándolo mejor se parecen mucho más a estas “conexiones súbitas” que plantea Bongiovanni en “Ciberculturas”, a una situación un tanto caótica en la que algo se va aclarando, y va tomando otra forma, pero allí hay mucho movimiento, escaso orden, poca “estructura”. Y pienso en el aprendizaje en clave de hipertexto. Y pienso en el quiebre que implica con la linealidad del texto escrito en la era Gutenberg y la asimilación del pensamiento a esa linealidad.
Si aprender tiene que ver con crear redes “dinámicas” (Siemens), si cada sujeto crea sus propios entornos de aprendizaje (Adell y Castañeda), definitivamente necesitamos volver a pensar la enseñanza, necesitamos alternativas que fortalezcan la autonomía de los alumnos.
¿Cómo planificar entonces un proceso de enseñanza a partir de esta idea de aprendizaje?
Los conceptos con los que abrimos el recorrido de la capacitación, los sujetos de esta nueva “cultura digital” (Dellepiane), las “ciberculturas” (Bongiovanni), las “competencias digitales” (Ardell) en las que debemos formar a nuestros alumnos hoy, reavivaron la pregunta y continúa abierta luego de los aportes del Conectivismo y el e-learning.
Si el aprendizaje no es réplica, si el aprendizaje no es copia, necesitamos otra escuela. Una escuela cargada de experiencias potentes, de preguntas movilizadoras, de creación, donde los niños y adolescentes deseen estar, por la potencia de lo que allí sucede, donde los docentes elijamos estar, sin temor, con responsabilidad y dispuestos a guiar la aventura del conocimiento.
Y para cerrar, comparto palabras de Carlos Skliar acerca del aprender
“Ningún tecnicismo científico ni ninguna expresión sofisticada pueden sustraernos del hecho que aún no disponemos de alguna noción honesta sobre el aprender, a no ser el “darse cuenta”.
El “darse cuenta” está en nuestras biografías, no en un concepto rígido y enjaulado.
Si algo aprendemos, sobre todo cuando se trata de las cosas más importantes de la vida –por ejemplo aprender el silencio, la muerte, el amor, la amistad, la lectura, el paso del tiempo, la belleza, la miseria- es cuando nos “damos cuenta” de ello, y para “darnos cuenta”  necesitamos tiempo, espacio, soledad. Darse cuenta es el segundo más bello y más agónico de la vida. No puede evaluarse, ni medirse, ni normalizarse, ni detenerse, ni olvidarse. Nuestras vidas están narradas por todos aquellos momentos en que nos “dimos cuenta”, aunque ese “darse cuenta” fuese demasiado pronto, aunque fuese demasiado tarde. Por más que durante toda la vida nos hayan hablado de la importancia del amor, de la trascendencia de la lectura, de la relevancia de la política, aprendemos sólo en ese instante en que nos damos cuenta en nosotros mismos, sí, de cada cosa y de todo ello. Para aprender –para amar, para mirar el rostro de lo bueno y de lo terrible, para apreciar lo bello y lo horrendo del mundo- hay que crear espacios y tiempos de intimidad, dejarnos un poco en paz y que todos tengamos la posibilidad de "darnos cuenta", sin reprobaciones y sin violencia. No vernos forzados a aprender por otras razones o por otros lenguajes impropios, que nos obligan a darnos cuenta pero sin nuestra presencia: un aprendizaje sin nuestro cuerpo, sin nuestra biografía, es una fórmula vacía, seca.
Aprender es "darse cuenta", sí.
No hace falta tanto ceremonial para brindar o para llorar por ello.”

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